martes, 24 de enero de 2017

Historias de fantasmas.

Vagabundeando entre recuerdos y cual buen Scrooge, se me aparecieron tres fantasmas, tres sombras de amor y de perjurios de poeta, acechando con demostrarme aquello que tan grave he cometido, como ha sido haber entrado en sus vidas, cada uno un miedo sin sentido, cada uno un rastro de tinieblas y yo cual condenado de cargarlas en el tormento de cada día a solas, decayendo por el peso y por mi torpe forma de llevarlas entre metáforas, entre sueños, entre líneas.

Danzaban alrededor mío, rozaban sus nombres entre mis dedos, y cual un filósofo del braile cada letra me contaba una historia, un recuerdo, y un presente del que por más que quisiera (y no estoy seguro de quererlo), no podría formar parte. También había algo de futuro, una vaga idea que busca volar lejos de mi alcance, aunque bien puede que siempre estuviesen lejos.

La primera historia era una larga pero simple, una sonrisa fingida, a fin de ocultar los miedos que se leían entre líneas. Había un padre ausente, una madre desconsiderada, un tercero que me da bilis de recordar, y ahí aquel fantasma dibujaba planes, sentimientos, torres de cartas, y en una mascara la proeza de una vida feliz. Conocí al ente y me mostré cual amigo y amante, como bufón y Sol. El bufón la hacía reír y la máscara se agitaba por el zamboloteo, mientras que juntos oían en la desgracia ajena un sonido inefable. El Sol calentaba su cuerpo, sus manos frías, su intimidad y daba color a los días grises que cada vez más frecuentes aparecían en el horizonte. Hasta que en cierto momento, el bufón empezó a reírse de ella, aprovechado de su cariño desmedido, mientras que el Sol se alejaba cada vez más, dejando sus manos frías, y su máscara cubierta por la lluvia. La lluvia borró sus consuelos y su dicha, y la máscara cayó dejando al descubierto el derrame de tinta que iba del papel a sus mejillas. Así entonces, el bufón y el Sol emprendieron la huida.

La segunda historia es una incomprendida. Encontré al fantasma en una banca y me senté a su lado a fin de hablarle, pero cada pregunta que hacía era respondida en automático y de la forma más sencilla posible. La noche acechaba y entonces el cielo se volvió oscuro, un tanto morado por las luces de la ciudad y del mirador que se cernía frente a nosotros, mientras que su cara permanecía inmutable. Me arriesgué y rocé mis labios con los suyos, y entonces pude ver unos ojos brillantes y una sonrisa un tanto agradecida, un tanto provocativa, pero quizás, simplemente feliz. Entonces, le presenté al animal, aquel que la buscaba cuando tenía hambre, cuando se sentía solo, cuando quería cariño, y ella tan acostumbrada a convivir con los gatos, le tomó como otro más de ellos. El animal iba y venía, pero ella siempre estaba esperándole, pues a pesar de que no le pertenecía, sentía un afecto notorio por él. Una vez, el animal no regresó por mucho tiempo y aunque ella siguió esperando, la soledad terminó por irse en los brazos de otro animal. Cuando el animal quiso volver, era demasiado tarde.

La tercera historia fue un destello de la vida, una fantasía de comienzo a fin, con el pequeño inconveniente de ser real. En un país lejano vivía este fantasma, un castillo de arena junto al mar, y un calor que cegaba los ojos de transpiración. Por viento llegué, siguiendo su voz que me llamaba y coqueteaba, mientras que mis oídos encantados daban ordenes a mi boca para responderle esperando ser escuchado. El viaje fue largo, y así fue que decidí presentarle todo lo que de mí había, el Sol, el bufón, el animal, el miedo, el padre, el hijo, el músico desahuciado, el poeta dramático, el vicioso, el niño que llevo dentro, la urgencia de mi deseo, las palabras vacías y las verdades espontáneas. Ella a cambio me presentó sueños, metas, futuro. Y entonces las palabras se las llevó el aire, y me quedé con su cariño y su deseo, impregnados en su aroma y en sus labios memorables y despiertos. Sus ojos me invitaron a observarle, su lengua a degustarle, sus oídos durmieron y sus manos palparon lo que podían de mi cuerpo, y así el aroma de dos se volvió uno. Entonces desperté, y aunque todavía escuchaba la voz, mis oídos ya no buscaban encontrarle. "Fantasía eres, y así te quiero recordar".

Y así, entre susurros y fotografías, se retiraron uno a uno. El primero a dibujar edificios de papel, el segundo a jugar con sus gatos, el tercero a su país lejano, y así lo que he aprendido, se fuga con ellos, hasta el momento que he de lamentarlo.

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