lunes, 11 de mayo de 2015

Fabula del Sol.

Se dice que un día, el Sol se detuvo, y así después de un rato, la Luna también. La gente del mundo entró en un pánico tremendo, pues se habían acostumbrado tanto a sus ciclos, que su vida se vendría abajo en un santiamén. Pasado un día completo, el Sol empezó a soltar un vapor de sus costados, mientras que del otro lado, la Luna se escondía en la penumbra total. 

Un niño, por inocente y atento a la situación, se le ocurrió hablarle al Sol:

-¿Estas llorando?
-¿Me hablas a mí? -se escuchó sollozando una voz omnipotente.
-El niño titubeó un momento, pero respondió. -Así es, ¿porque lloras?
-Me he detenido porque me cansé de correr tras la Luna y nunca alcanzarla. Pensé, que quizás si me detenía podría verla, pero al parecer ella no me quiere ver.
-¿Porque la quieres ver?
-Porque la admiro. Ella mueve los mares y da una luz amena cuando yo no estoy. Me encanta que sea tan cambiante, y tan elegante para las noches. La amo.
-El niño, sin entender lo último, pensó lo que le decía el Sol y recordó un libro que había leído. -Sol, si tanto la admiras, dejala seguir siendo hermosa.
-¿A que te refieres?
-Ella brilla porque de lejos recibe tu luz, y es por eso que cambia cada noche también. Creo que ella también te admira, pero si esta al lado tuyo, no podría ser tan bella.

En ese momento, El Sol soltó el llanto; eran lágrimas de arrepentimiento. Apenas ahora había comprendido el porque no podía ver a su amada, y aunque le hubiese encantado disculparse, sabía lo que tenía que hacer. Agradeció al niño y empezó de nuevo a moverse, salvando así al mundo de su absurda ruina.

Dicen que esa noche la Luna era tan delgada como una sonrisa.

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