sábado, 20 de diciembre de 2014

Bunker.

El Sol refleja los centavos que se pagaron otra vida, penetra de a poco el techo que tanto creímos seguros y en los descuidos de confianza nos ha calentado, al punto que nuestro cuerpo reclama el deseo en sudor. Y nos acariciamos en noches igual de calurosas, pues  las paredes se impregnan del día y la noche ha dejado de ser fría en las casas, porque el viento no sopla en nuestros bunkers.

Somos los supervivientes de una guerra que se ignora día con día, pero que forma parte de una cotidianidad casi inquebrantable; olvidamos el porque volver a casa temprano, y el porque es mas seguro estar dentro, ignoramos la razón de las rejas, cubriéndolas de bellos adornos y de colores que nos hagan sentir menos encerrados. Observamos los alambres de púas y las cercas electrificadas como si fueran una bendición o un despilfarro, pero nunca como un por de una batalla silenciosa, que se pelea en desconfianza y en crímenes de defensa propia.




Yo en realidad, tampoco lo recuerdo, porque sinceramente, jamás me lo han explicado. Mi generación aun peca de ignorante.


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