Por eso de las tres de la mañana escuché a mi hija llorar en su habitación. La pequeña había tenido una pesadilla, y buscando su desahogo, comenzó a relatar lo recordado.
Decía estar con su madre en casa, y mientras está limpiaba la acera, caminó hacia la puerta. Halló ahí un túnel que llamó su curiosidad, y escabullendose en el, logró ver al final un poco de luz. Al salir, un hombre extraño le tomaba en brazos y se la llevaba. Ahí fue cuando despertó.
La cargué y la arrullé hasta que volvió a quedar dormida, pero en mi rostro las lágrimas caían ahogadas con desespero, pues justo había tenido el mismo sueño y yo era el extraño.